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lunes, 7 de diciembre de 2015

Bellum.

Este es un relato de ciencia ficción con el que participé en un concurso de la Cadena Ser hace dos años. Gané el segundo premio, si mal no recuerdo, o un accesit. La verdad es que ya ni siquiera estoy segura, pero hoy me he vuelto a acordar de él porque estoy pensando en participar en otro concurso y varias personas me han pedido leer este. Así pues, os dejo por aquí el relato de "Bellum". 



-“Veinte de febrero de dos mil sesenta y ocho. Hoy hace frío, pero parece un buen día para ponerse en marcha. No van a pararnos”.“Veinticinco de febrero de dos mil sesenta y ocho. Es triste que no se den cuenta de que nos están destrozando. Deberíamos ser una sociedad avanzada, inteligente, consciente, pero, aunque pasen los años, ellos no cambian. No gobiernan por el pueblo ni por sus necesidades, ni si quiera por las suyas propias. Usan el poder para sentirse superiores, para esclavizarnos. ¿Y nadie piensa hacer nada? Bueno, yo sí. Y haré todo lo que sea preciso y posible para acabar con ellos”.“Tres de marzo de dos mil sesenta y ocho. Ya está hecho. Hoy he sido cómplice de la muerte. Pero es una sensación demasiado gratificante como para dejarme llevar por remordimientos. Sí, les he quitado algo preciado, igual que ellos nos lo quitan todo. Y lo mejor de todo es que no me arrepiento”. –leyó en voz alta el jefe de los agentes Lafaard, paseándose de un lado a otro de la habitación. –“Firmado: Held Besparen”. ¿No te parece que todo esto es suficiente para demostrar tu culpabilidad?
Desde la calle se oían gritos de protesta, silbatos, y, en general, un gran alboroto. Hubo un ruido sordo, un par de disparos, y más gritos. Ella se removió inquieta en la silla. Un escalofrío recorrió su cuerpo y erizó el vello de su piel tras oír los disparos, y su mirada permanecía fría, distante, ausente, y, sobre todo, perdida. Sin embargo, su rostro reflejaba una gran tranquilidad, aunque, sus ojos, abiertos como platos, aportaban algo de locura a su expresión. Bajó la cabeza, intentando no cruzar la mirada con ninguno de los agentes Lafaard allí presentes. Sostenían en sus manos grandes armas, algo más grandes que simples metralletas, con incontables botones y luces que parpadeaban, y pantallas con pequeños mapas interactivos tras la culata. Se podría decir que parecían de juguete de no ser porque estaban fabricadas de un material similar al cristal, lo que les  daba un aspecto sofisticado y frío. La sala tenía un aspecto sombrío y casi siniestro, y el gran ventanal situado a la izquierda de la joven no ayudaba, pues el día era gris.
-¿Held?-dijo el agente Lafaard, tratando de llamar su atención.
-¿Qué?-preguntó ella, despistada, y sin interés.
-¿Has escuchado lo que acabo de leer? ¿Sabes lo que es?
-No-contestó, cortante, observándolo con curiosidad. Todos los agentes Lafaard presentes en la habitación permanecían alerta, pero él parecía tranquilo. Vestían uniformes de color negro y azul, y alrededor de sus cinturas colgaba un cinturón ancho donde guardaban armas más pequeñas, dispositivos de comunicación con más luces intermitentes y utensilios de una tecnología avanzada que ella jamás había visto. Todos ellos llevaban un casco que les cubría la cara por completo, salvo la zona de los ojos, que estaba cubierta con un cristal opaco y resistente. Todos, menos él, que, de hecho, no se veía cómodo con su uniforme, lo que daba la seguridad de que estaba frente a hombres y no robots preparados para matar. Él suspiró.
-Es tu diario, Held, y todo lo escrito en él indica que eres culpable.
-¿Culpable?-de repente pareció sorprendida-¿De qué?
-¿No sabes por qué estás aquí?
-Nunca sé nada.-se mecía hacia delante y hacia atrás en la silla-.Nunca sabré algo, en realidad. ¿Tú crees que
sabes cosas? Claro que sí, como todos. Pero, ¿cómo sabes que todo lo que sabes es cierto?-dijo, con un hilo de voz, casi en un susurro, mirando al suelo.
-Held, mírame-ordenó el oficial, posando las manos sobre sus hombros con suavidad-.Te han acusado de secuestro y posible asesinato. –hizo una breve pausa, se volvió y tecleó algo en una gran pantalla táctil incrustada en su escritorio para luego mirarla de nuevo- ¿Cuántos años tienes?
-Catorce-musitó.
-Muy bien, Held, supongo que después de todo lo que ha pasado debes estar conmocionada. Tú solo dime todo lo que pasó y te sentirás mejor, ¿quieres? –dijo, mirándola con compasión.
-El tiempo… El tiempo. No sé cómo te llamas tú, ¿puedo llamarte Alexander? ¡Oh, el tiempo, Alexander!-repetía mientras agitaba los brazos en el aire- Supuestamente lo arregla todo, ¿no? Eso dicen siempre. Y, sin embargo, aquí estamos. Confusos, sin conocimiento. ¿Crees que también nos quitarán la habilidad de pensar? ¡Oh, dios mío! Si supieran cómo hacerlo… ¡lo harían, Alexander!
-Held, no sé de qué estás hablando-dijo, desconcertado-.Me llamo Stille.
-Stille-repitió Held en voz baja-¿Quién ha muerto, Stille?
-El hijo de Slak Manson, el presidente de Wanhoop, Held. Nuestro presidente.-murmuró Stille, con cierto énfasis en la palabra nuestro, frunciendo el ceño.
-¡Wanhoop!¡Veinte años de miedo y sufrimiento! Eso es Wanhoop, ¿no? ¿¡NO!? –exclamó Held, poniéndose en pie. Apretó los puños con rabia mientras se acercaba a Stille sin controlar su furia, y los
Laafard la apuntaron con sus armas. Stille alzó un brazo en el aire para indicarles que bajasen sus pistolas, y permaneció impasible junto al escritorio. Held lo miró de arriba a abajo una vez más. Era alto y delgado, y se apoyaba sobre el escritorio cruzado de brazos, con una expresión aburrida e indiferente. Era uno de los líderes Lafaard, lo que le llamó la atención, pues apenas tenía treinta años. Un par de agentes la sujetaron por los brazos, obligándola a sentarse de nuevo, no sin antes escupir sobre el traje de Stille, como símbolo de desprecio.
Wanhoop era, en efecto, el país del sufrimiento, de la agonía y del terror, donde residían los supervivientes de la guerra del año dos mil cuarenta y ocho, La Guerra de los Dapper, donde la mayor parte del mundo quedó reducida a cenizas tras una gran explosión nuclear de una central secreta bajo una conspiración del gobierno de varios países de diversos continentes. Wanhoop abarcaba tan solo una muy pequeña parte del norte de los antiguos Estados Unidos, y contaba con tan solo cuatro escasos millones de habitantes. Su presidente, Slak Manson, era temido en todo Wanhoop, y se había propuesto acabar con cada una de las
esperanzas de los ciudadanos del país. No les quedaba nada: les habían quitado sus derechos, su libertad, su
ilusión, incluso su creatividad. No sería exagerar si se dice que todo estaba prohibido. Todo lo que implicase cierta diversión o forma de expresar sentimientos no estaba permitido. Era un país increíblemente paupérrimo, donde mucha gente se dejaba la piel para conseguir un simple trozo de pan. Y, si intentaban protestar, o rebelarse, Manson echaba mano de su poder militar, que no era especialmente débil. En

definitiva, Wanhoop era el país de la desesperación.
-¿Dónde está el hijo de Slak Manson, Held? ¿Lo mataste? –preguntó Stille, clavando su mirada en la joven, que había comenzado a temblar.
-Echo de menos el sonido de la guitarra. No, no, no. Echo de menos el sonido de su guitarra. Era especial, ¿sabes? Por lo menos para mí-se acurrucó en la silla, dándose golpecitos en las rodillas con sus finos dedos-.Tocaba siempre que podía, me hacía muy feliz, y ayudaba a que mi madre dejase de llorar y olvidase que papá había muerto. Murió en La Guerra de los Dapper, no lo conocí. Pero seguro que fue muy valiente. Y por eso mi hermano tocaba la guitarra. Para olvidar. A mí me hacía muy feliz, ¿te lo he dicho ya? Claro que yo no sabía lo que pasaba. Tenía solo cuatro años, Stille. Yo me sentaba en el suelo, y simplemente lo escuchaba tocar. Observaba sus dedos acariciando las cuerdas, posándose sobre cada traste. Su sonido, dulce, hipnótico y tranquilo me embaucaba y me transportaba a mundos imaginarios, esa clase de mundos que solo los niños pueden permitirse soñar. 
Lo observaba con cautela, y en mí solo cabía la admiración, la fascinación, mientras que en la calle morían de hambre niños incluso más pequeños que yo-su voz se quebró y tragó saliva varias veces antes de continuar, y seguía moviendo sus dedos sobre sus rodillas, cada vez más nerviosa-.Pero, entonces, ellos llegaron. Ni si quiera sé cómo lo escucharon, si incluso a nosotros mismos nos costaba oírle. Sin embargo, ellos entraron, con sus grandes armas y sus trajes a prueba de todo tipo de “ataques”-rio y añadió con sarcasmo- como si nosotros pudiésemos atacarles. Todo pasó muy rápido: le quitaron la guitarra, que ya de por sí estaba hecha una pena, y la rompieron en mil pedazos en un segundo. A él lo cogieron y lo llevaron a rastras hacia fuera, a la calle. Para matarlo en público, tal vez. Mi madre trató de impedirlo, ¿sabes? Intentó ir a por él, pero se la quitaron de en medio con un solo disparo. Como si fuese un juguete, como si no valiese nada. Como basura, escoria. No fui capaz de entender qué ocurría, pero asumí, por puro instinto de una niña de cuatro años, que debía salir de allí, así que me escondí tras el viejo sofá del pequeño salón, donde pude observar con bastante claridad, más de la que habría deseado, cómo estrangulaban a mi hermano, y cómo quedaba inmóvil rodeado de sangre en el suelo. No recuerdo muy bien qué hice entonces, pues no podía creer lo que estaba sucediendo, y mucho menos entenderlo. Me aferré a la idea de que nada era real. Hui. He estado vagando por las calles todo este tiempo, viviendo temporalmente en refugios donde nos alimentábamos con dos cucharadas de sopa por la mañana y por la tarde. Ni si quiera sé cómo aún sigo viva-se restregó los ojos, dejando ver sus brazos desnutridos y pálidos-.Pero tan solo tenía cuatro años…Los mataron. A todos. Sí, echo de menos el sonido de la guitarra. De su guitarra.
Hubo un silencio incómodo que invadió toda la estancia, hasta que de nuevo se oyeron gritos y barullo a través de la ventana.
-Vale, Held… Entiendo que lo has pasado muy mal, pero… ¿Vas a contestar bien a alguna de mis preguntas?-preguntó Stille, no habiendo prestado ni la más mínima atención a su historia.
-¿Y tú? ¿Vas a devolverme a mi familia?-dijo ella, adoptando un tono de voz más profundo, más cortante,

desagradable e incluso más real.
El joven Lafaard enmudeció, asombrado por su cambio de actitud y sin una respuesta que poder darle. Held se levantó por segunda vez de la silla y notó cómo los agentes preparaban sus armas de nuevo, pero esta se acercó a la ventana y ni se inmutó. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero consiguió dibujar una sonrisa en su cara. Oyó más gritos de protesta de los rebeldes, que probablemente la estaban defendiendo. Supo que los matarían si seguían protestando, y así fue: agentes Lafaard ocuparon las calles de la
gran plaza y tomaron sus armas. Pero, por primera vez, los rebeldes los superaban en número, y, sobre todo, en esperanza. La esperanza que Held les había dado. Los Lafaard lanzaban gases y sustancias explosivas contra los rebeldes, que no paraban de gritar, y que, inexplicablemente, habían conseguido armas que disparaban contra los agentes. Stille cogió uno de los dispositivos de su cinturón y tras comprobar algo, hizo una seña a los agentes Laafard que ocupaban la habitación, y estos salieron corriendo con sus armas cargadas, en dirección a la plaza. En la sala solo quedaban Stille y ella, que seguía mirando por la ventana.
-¿Nunca te has preguntado por qué los días en Wanhoop son tan tristes? –parecía que hablaba para sí, soltando cada palabra sin ganas.
-Si crees que intentando parecer desorientada o demente vas a engañarme, no te esfuerces más. –dijo Stille, apuntándola con su arma de cristal, con la voz ronca e intentando intimidar. -¿A qué estás jugando, Held? ¿Dónde está el hijo del presidente?
De nuevo su conversación se vio interrumpida por las bombas que lanzaban los agentes del presidente. Las miradas del jefe Lafaard y la joven se cruzaron por un instante, y él quedó confundio cuando creyó distinguir un brillo de emoción en los ojos de Held, y una sonrisa dibujada en su rostro.
-Podría decir que está muerto –otra vez su voz sonó más profunda y real. La expresión de su semblante cambió por por completo, mostrando a una chica diferente a la que Stille había conocido. -Pero no quiero mentir. –Añadió. Sus ojos brillaban de la emoción.
-Lo único que está muerto aquí –prosiguió–, son nuestras ilusiones, nuestras esperanzas y nuestros sueños. Todo eso que se llevaron. Toda la fe que pude llegar a tener algún día. Porque nos usan, nos exprimen, sacan lo peor de nosotros, nos hacen ser una oveja más de su rebaño, una pieza más de sus juegos, donde las reglas cambian constantemente. ¿No lo ves? Solo juegan con nosotros, porque eso somos para ellos: juguetes. –fue elevando el tono de voz cada vez más, y dio una patada violentamente a la silla.
Stille observaba todos sus movimientos y escuchaba sus palabras conteniéndose. Su turbación era tal que
apenas podía articular alguna palabra. Ante la situación, Held siguió hablando:
-Ellos. Los que tienen tanto poder… Acaban sumidos en la codicia, en la corrupción, en la mentira. ¡Nos lo quitan todo! ¡Hasta la creatividad! ¿Es que acaso tocar la guitarra hace daño a alguien? ¿Eh? ¿Es eso humano? ¿Lo es?-dio un puñetazo sobre el escritorio de Stille, con fuerza. –Nos dan motivos falsos para creer, más mentiras en televisión y en los periódicos. Nos manipulan, como a unas indefensas marionetas. Pero basta con mirar por la ventana. Se respira miedo. –Se acercó al ventanal por segunda vez. –Intentan
hacernos ignorantes, cuando ellos son los primeros que no se dan cuenta de lo que hacen. ¿De verdad esperabas que yo hubiese matado a alguien? Es más, ¿cómo dais por supuesto que está muerto? Nadie ha visto el cadáver.
-¿Por qué iba a tener que creerte?
-Tú mismo. –se dejó caer en la silla, suspirando. –Pero sé que eres inteligente, y sabes que no ganaría nada metiéndome en todo este jaleo.
-Solo dime si sabes dónde está, por favor, Held.
Ella agachó la cabeza.
-Held, escúchame. ¿Crees que me gusta todo esto? Si no consigo una respuesta, una solución, Slak mandará mi ejecución. No quiero hacer esto, no quiero estar aquí, pero nunca tuve otra opción. Si no puedes con el enemigo, únete a él. Eso dicen, ¿no?
-Eres un cobarde. –espetó.
-Oye, mira, confío en ti, ¿vale? Te he observado, sé que no estás mintiendo, que no has matado a nadie. Tus palabras, tus gestos, son muy sinceros. Y espero no equivocarme contigo.
Ella lo miró un instante.
-Quizás… puedas ayudarnos.
-¿A quiénes? ¿A qué?
-A los rebeldes, ya sabes, ayudarnos con todo esto. –contestó, señalando la ventana.
-¿Es esto… una revolución? –preguntó finalmente.
Ella esbozó una sonrisa cansada. Miró por la ventana y le hizo una señal a Stille para que se acercase.
-¿Ves a toda esa multitud? Están luchando, porque por primera vez tienen esperanza. Entiendo que tienes órdenes de aniquilarlos a todos como ratas, pero, piénsalo: ¿por qué? ¿Por perderlo todo? ¿Por tratar de defenderse?
-No son mis decisiones, Held. El presidente…
-¡El presidente, el presidente! ¡Al infierno con el presidente! –interrumpió. –El presidente es un hombre como otro cualquiera, no es invencible, Stille, no puede luchar él solo. Necesita su ejército… ¿y si su ejército le fallase, Stille?
Él quedó pensativo. Supo entonces que todo lo que habían hecho estaba mal, que podían revelarse contra el gobierno, que en su mano estaba la oportunidad. No le costó entender lo que Held le pedía: él era el líder
Lafaar, y de él dependía que el ejército funcionase correctamente.
-Escúchame, Stille… Necesitamos tu ayuda, por favor. –suplicó, sin apartar los ojos de la multitud de rebeldes que combatía a muerte en la plaza. –Ellos luchan porque quieren más de lo que tienen y necesitan, mientras que nosotros solo luchamos por tener algo.
Entonces fue como si algo hiciese ‘click’ en el cerebro de Stille, y asintió, con la mirada perdida. Pero, justo en ese instante, dos agentes irrumpieron en la habitación, agarrando a un chico algo más joven que Stille por

los brazos.
-Señor, dice ser el hermano de la chica. –dijeron.
-¿Qué? –exclamó Stille, y miró a Held, con el rostro contraído. – ¿Es eso cierto, Held?
Ella no supo cómo reaccionar. En ese momento, estaba tan confusa como Stille, o más aún, pues vestía un uniforme Laafard. Sí que reconoció a su hermano, a pesar de que habían pasado diez años. Pero él había muerto. Ella misma vio cómo lo estrangulaban y cómo quedaba inerte en el suelo, cubierto de sangre… Parpadeó, incrédula. Eso no significaba que lo hubiesen matado. ¿Había estado infiltrado todo ese tiempo?
Stille clavó una aguja en el brazo del chico y extrajo un líquido viscoso que introdujo en otro de los dispositivos de su cinturón. Al momento, la pantalla se iluminó. Era un identificador. En la pantalla aparecía una foto, y al lado un nombre: Kever Besparen.Su hermano.
-¡Me mentiste, Held! ¿No echabas de menos el sonido de su guitarra? –gritó rabioso. -¿Ahora esperas que me crea todo lo demás?
-Kever… -musitó Held, mirando a su hermano, que intentaba murmurar algo. Los Laafar debían de haberle inyectado algo para que no pudiese despegar los labios. –Stille, de verdad que yo no entiendo…
-¡Basta! Held, por última vez, ¿mataste al hijo de Slak Manson? –apuntaba a Kever con su arma. Estaba tan histérico que daba miedo.
-No, Stille, yo…
Él disparó directo a la cabeza del chico, que cayó con fuerza al suelo, formando un charco de sangre a su alrededor.
-¡Kever! –exclamó Held, abalanzándose sobre el cuerpo de su hermano, con los ojos llenos de lágrimas, y se apoyó sobre su pecho. Los dos Laafar desaparecieron por el pasillo.
-¡Cobardes, todos! –gritó, y su voz sonó temible. Sostuvo su cabeza y sus manos se mancharon con su sangre. –Kever, Kever, por favor…
Sintió que ya daba igual si murió o no diez años atrás, ahora lo había perdido de verdad. Y la sed de venganza ardió en su interior, como un fuego incapaz de apagarse ni con todos los litros de agua del planeta. Y se dio cuenta de que todo el plan acababa de irse a la mierda: sin la ayuda de Stille, estaban acabados.
-Bueno, Held, ¿vas a decirme ahora dónde está el hijo de Manson?
Oyó la voz de Stille a su espalda, tan tranquila e indiferente, como si lo que acababa de hacer no hubiese significado nada, y apretó los dientes, furiosa. De repente, se levantó y embistió contra él, agarrándole con
violencia de la chaqueta del uniforme. Era bastante más alto que ella y no alcanzaba a agarrarle por el cuello, pero aprovechó su desventaja para darle un puñetazo en el estómago. Puede que no le doliera mucho, pero ella consiguió liberar su rabia. Luego lo arrastró con furia hacia el ventanal y lo empujó contra el cristal, con algo menos de fuerza.
-¡Ahí! ¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Ahí lo tienes, al hijo de tu querido presidente! –sollozó, clavándole las uñas en el brazo.
Stille observó a toda la multitud. En efecto, ahí estaba el hijo de Slak Manson. Un niño pequeño, de apenas diez años, que un rebelde acaba de subir a sus hombros.
-¡Yo solo era la distracción, Stille, igual que el diario! ¡El niño siempre ha estado ahí abajo!
Y en ese instante, los agentes que trataban de acabar con el gran número de protestantes dispararon y lanzaron algo parecido a granadas hacia ellos. Y no fueron ni una, ni dos, sino las bastantes como para destruir un pueblo entero. Asomado al gran balcón de la plaza se hallaba el presidente, observando la masacre con la misma sorpresa que Stille. Por fin había entendido el plan de Held, y no pudo dominar su ira cuando vio cómo las bombas explotaban sobre la muchedumbre, matando a un número muy elevado de manifestantes, y así, a su propio hijo.
Un sonido intermitente y molesto inundó la habitación, como una bomba. Procedía del traje de Stille. Él se retorció, ansioso, y empujó a Held lejos de él. Entonces, el traje explotó, y Held retrocedió, mientras el cuerpo de Stille se precipitaba hacia el suelo a través de la ventana, que había estallado debido a la explosión. Supo que Stille no había cumplido su misión, y que así se lo hacía pagar el presidente. Sin pensárselo dos veces, cogió el arma de cristal de Stille que había caído al suelo. Pesaba bastante más de lo que parecía, y no entendía muy bien su funcionamiento, pero se dejó llevar por la adrenalina y la presión del momento. Se apoyó sobre la pared junto al ventanal, con la culata del arma rompió lo que quedaba de cristal, y pequeños trozos se clavaron en sus hombros. Pero no le importó. Sostuvo el arma con seguridad y apuntó hacia el balcón del edificio principal que se erguía en el centro de la plaza, donde Slak Manson discutía con dos de sus oficiales, iracundo. No dejó que le temblaran las manos. Pensó en su madre, en su padre, en su hermano. Pensó en toda la gente que murió en La Guerra de los Dapper, y en toda la que estaba muriendo en ese momento por su culpa. Pensó en Stille, que en el fondo solo tenía miedo de Slak, que lo había hecho volar por los aires, con algún mecanismo-bomba especial conectado a su uniforme. Después decidió no pensar en nada. Y apretó el gatillo.
Un intenso silencio recorrió todos los rincones de la gran plaza de Wanhoop. Y todos observaron cómo el presidente se tambaleó de un lado a otro en el balcón, y cómo tropezó y cayó hacia delante, precipitándose al suelo de la plaza, a una altura realmente considerable, Pero no todos vieron cómo antes de caer pulsó el botón de un pequeño mando que tenía en el bolsillo. Y antes de que les diese tiempo a gritar, antes de que pudiesen decidir que la guerra estaba ganada, antes de que Held pudiese reaccionar, la plaza voló por los aires. Los edificios estallaron y las llamas arrasaron con todo a su paso. Y poco a poco, todo Wanhoop se fue destruyendo. Lo poco que quedaba de mundo, las pocas personas que aguantaron, todo, desapareció.  Y
el mundo quedó vacío, como en un principio lo estuvo. Y como, para muchos, siempre parecía haberlo estado. ¿Quién ganó la guerra, entonces? Podría contestar la pregunta, pero, ¿es acaso necesario? No ganó nadie, porque no debió haber guerra. Ni en el año dos mil sesenta y ocho, ni nunca.

 Diecinueve de abril de dos mil catorce. Esta es solo una de las muchas historias que luchan en mi cabeza de madrugada. Este es solo uno de los futuros imaginarios que algún día no tan lejano podrían dejar de ser ficticios. Pero sólo es una historia… ¿no?

domingo, 13 de septiembre de 2015

Colores.

Eres del color
de los fuegos artificiales
que explotan en mi corazón.

Eres atardeceres
y puestas de sol,
eres música 
y no cualquier canción.

Nos salvamos mutuamente,
pues somos héroes en peligro.

Siempre has sido mi color favorito.


miércoles, 9 de septiembre de 2015

Komorebi.


Komorebi (sust.):

Rayos de luz solares que se filtran entre las hojas de los 
árboles. 
































Escribo besos 
para conseguir versos
o algo así.


El viernes tengo la presentación del nuevo curso en el instituto. Tengo unas ganas que se salen de lo común. Además, estoy muy ilusionada con mis proyectos de escribir novelas. La verdad es que es un sueño que tengo muy presente desde que era bastante pequeña, pero nunca he sido capaz de terminar de escribir una historia entera. Finalmente, me lo estoy tomando más en serio ahora. ¿Qué saldrá? Nunca lo sabré, probablemente también me rinda pronto, pero mientras, dejo por aquí el enlace a Wattpad de lo que estoy escribiendo: Ocho disonancias finales (Click aquí), y también os dejo un vídeo que subí a YouTube el otro día. Me estoy iniciando un poco en eso de ser YouTuber, también es un proyecto extraño que tengo en mente: El mundo está mal. (click aquí).

lunes, 31 de agosto de 2015

Letras.

De cómo una sola letra del abecedario,
podía convertirse en la mayúscula
de
un
corazón. 



La chica de esta foto es una espontánea que se coló mientras intentaba hacer una foto en Hyde Park en Londres. De alguna manera, quedó una foto un poco siniestra (se aprecia la imagen borrosa y movida al fondo y un poco más nítida hacia la derecha), pero le cogí algún tipo de cariño especial por la soledad y frialdad que me evoca.

martes, 18 de agosto de 2015

Reminiscencias de un amor inaudito.

Sobre mí, la acritud de tu indiferencia,
el peso del tiempo
y de mi propia intrascendencia.

Soy el grupo de música banal
que nadie conoce,
que nadie se molesta en escuchar,
que nadie busca,
que espera a ser descubierto
para que alguien mire dentro
y se jacte, cohibido,
de haber encontrado
algo de lo que por fin enamorarse, 
de lo que alegrarse,
y así,
que nadie me conozca,
que nadie me escuche,
que nadie me descubra,
y que sólo él mire dentro.

Reminiscencias de un amor inaudito. 
Al tiempo que yerto, 
nunca coetáneo, 
estragos embriagados 
de algo prohibido. 

Sobre ti, mi meliflua presencia,
un disparo en el tiempo,
y así, mi limerente ausencia. 

Llevo unos días enfrascada en un libro de Carlos Ruiz Zafón, "La sombra del viento", y ha despertado dentro de mí una necesidad casi agónica por conocer muchas palabras y saber usarlas con labia. Siempre he querido ser una de esas personas elocuentes y admiradas por los demás. Queda poco para que comiencen de nuevo las clases y yo sigo molesta pensando que todo está cambiando demasiado rápido, que todo da vueltas y que me limito a quedarme sentada y observar mientras me quejo. Y, francamente, quiero dejar de quejarme y empezar a hacer cosas. Supongo que la motivación es lo primero. Sello el día de hoy con una promesa a mí misma: vamos a empezar a mover el mundo. (Por lo menos, a intentarlo...)

lunes, 10 de agosto de 2015

Días de verano.

Hoy vamos a ser sombras de un pasado que está por desaparecer. 
Hoy voy a escribir canciones que lleven el nombre de alguien a quien no puedo tener.
Hoy voy a leer libros que nunca me atreví a leer.
Hoy me apetece cantar, gritar, soñar.
Hoy bebo café y mañana agua de mar.
Hoy soy persona, mañana se me olvidará.



En realidad, hoy, simplemente, voy al cine con mis amigos a ver "Ciudades de papel". Ya me leí el libro hace unos meses, como siempre, sin decepcionarme por las historias de John Green.
Últimamente me estoy dando cuenta de que tengo cosas muy agradables increíblemente cerca de mí y no siempre sé valorarlas. Y lo intento, de verdad que lo intento.
Luego, sin embargo, tengo a mi madre cabreada con el mundo, (parte de su cabreo con el mundo acaba siendo cabreo contra mi persona), y, además de que me haga sentirme triste, me está haciendo empezar a plantearme cosas que me hacen dudar de lo que es y deja de ser mi familia. Felices no, desde luego.

Tengo unas ganas inmensas de que termine agosto de una vez por todas y volver al instituto de nuevo. Suena a locura, por favor... ¿Qué clase de adolescente quiere empezar las clases?
Bueno, pues yo misma, yo quiero empezar las clases otra vez. No estoy muy segura de que no vaya a acabar pegándome un tiro si sigo encerrada en mi habitación pensando cosas que no debería, y echando de menos más de lo habitual.

viernes, 7 de agosto de 2015

Mess.

Hace tiempo que no escribo para mí, lo cual es irónico, porque este blog es mío. Lo cierto es que nunca volveré a escribir para mí mientras siga importándome, mientras sigas importándome, porque, me importas. Y, quizás, (probablemente), yo ni siquiera ocupe un mínimo porcentaje de tus pensamientos, y, ¿duele? No, lo más gracioso es que ni siquiera duele. Simplemente me hace gracia.

Soy un desastre.
Soy un desastre desde que mi vida se convirtió en un completo desastre.
Y no puedo culpar a nadie, excepto a mí.

Me he engañado, durante mucho, mucho, mucho tiempo, creyendo que tenía todo en mis manos, que podía tocar las estrellas y conducir sobre carreteras de sueños. Suena hasta increíblemente estúpido, y ahora me doy cuenta. Me doy cuenta de que ser un soñador sale tan jodidamente caro, que es normal que el mundo esté tan triste.
Y siempre sería muchísimo más fácil tirar la toalla y dejarlo todo, pero, ¿quién sería yo entonces? Sería la traidora de mis propios principios, la enemiga de la niña pequeña que quería cambiar el mundo.
De vez en cuando, todavía quiero cambiar el mundo.
Empezando por el mío.


martes, 23 de junio de 2015

Walking in the dark.

This is the part
where I'm not stronger
and I'm a stranger.

Now I walk a damned street,
they say it used to be
made of sweets and dreams.

Well, keep flying in that plane
with no direction and no name,
here it comes my desolation.

This is the train of lies,
a spark of wasted time,
hell freezing inside.
Glitter without light in my veins,
I've become a victim of myself,
and I'm still alive...

Walking in the dark.

Trying to find a way,
but getting worse everyday,
it all caused by reflections.

Losing my mind on their mistakes,
not able to think by myself,
I've become addicted to forget.

Sitting in a park,
it's cold and black,
I have a heart on my hands.

This is the train of lies,
a spark of wasted time,
hell freezing inside.
Glitter without light in my veins,
I've become a victim of myself,
and I'm still alive...

Walking in the dark.

lunes, 22 de junio de 2015

22/08/2014, 0:17


"Estaría bastante bien empezar a escribir esto con una de esas frases filosóficas que todo el mundo quiere tatuarse o poner en su epitafio. Pero precisamente porque es algo que le gusta a todo el mundo, no voy a hacerlo. Hace mucho tiempo que decidí que tenía que tomar decisiones por mí misma y no basándome en lo que hiciesen los demás. Quiero dejar muy claro antes de continuar escribiendo, (que lo voy a hacer, independientemente de tu decisión de seguir leyendo o no), que esto no es una novela, y que te recomiendo dejar de leer ahora mismo si esperas sacar alguna reflexión maravillosa de la vida a partir de esta lectura, si esperas vivir una aventura o algún tipo de experiencia mágica, si no quieres decepcionarte o si tienes alguna clase de expectativa respecto a esto. No voy a mentirte: voy a desilusionarte en muchas ocasiones, aunque en otras, en cambio, creerás sentirte identificado conmigo. Y digo creerás porque dudo mucho que entiendas mi situación. Ciertamente todos los adolescentes nos sentimos incomprendidos. En mí hay una pequeña diferencia: que realmente nadie logra comprenderme. Y si decides seguir leyendo, arriesgando tus sentimientos, entonces, estimado lector, me complace darte una no tan cálida bienvenida como me gustaría a mi *podrás insertar el adjetivo que más te plazca cuando termines de leer todo aquí* vida.
Supongo que esperas una presentación por mi parte. Lo sé porque yo también lo hago cuando comienzo a leer una novela. Pero, como te he dicho, esto no es una novela. Y me gustaría poder explicarte qué es esto entonces, pero no sabría describirlo adecuadamente. ¿Tal vez un diario? No sé,sí, tal vez. La verdad es que no quiero centrarme demasiado en mí, lo cual, en realidad acabará resultando irónico, pues tampoco hay mucho de lo que hablar aparte de mí. No tengo ni el más mínimo interés en escribir sobre mi vida, porque me parece demasiado egocéntrico. Pero ahora, cuando estoy sentada frente al escritorio meditando sobre si irme ya a dormir o no, me han asaltado unas inmensas ganas de ponerme a escribir, por alguna razón que desconozco, y me he dado cuenta de que tal vez pueda ser entretenido contar algo acerca de una chica de quince años que no sabe qué hacer con su vida. Escribir un simple diario sería más aburrido (o quizás no, las típicas historias de dramas adolescentes son basura). ¿Qué suele escribirse en los diarios? “Hoy me he levantado, he intentado desayunar algo pero no tenía hambre, he ido al instituto y la vida es una mierda”. Bueno, eso es un tanto deprimente. Y no estamos aquí para deprimirnos. ¿O sí? Quién sabe, a estas alturas la humanidad todavía no conoce ni cuál es el objetivo de la vida.
Está bien, está bien. Te diré mi nombre, aunque incluso ni eso sea cierto. No tengo por qué darte datos sobre mí. Soy un simple personaje ficticio para ti, al fin y al cabo. No quiero que me idealices en tu mente, no quiero que crees una ilusión falsa de mí. Así que dejo a tu elección mi apariencia física, que es lo que menos importa. Mi nombre es Keatrist. Pero, de verdad, puedes llamarme como tú quieras. No me va a molestar. Ni si quiera me voy a enterar. En fin, de momento, para ti me llamo Keatrist. Keatrist Verum. Y quiero contarte algo: el 99% del mundo piensa que estoy loca.
 Creo que tal vez debería remontarme al principio de los hechos, cuando mis padres decidieron que  mi comportamiento era anormal, hace algo menos de medio mes. Según ellos, me paso los días encerrada en mi habitación, murmurando palabras sueltas que nadie entiende o hablando sola, sin relacionarme. Seguramente estén planteándose llevarme a ver a algún psicólogo. Bien, pues uno de los motivos por los que he accedido a escribir estos diarios es porque la única prueba de que no estoy loca. Simplemente soy pesimista. Hay una diferencia abismal. Aunque ahora mismo me siento absurda. Todo siempre me ha parecido absurdo e inútil. Y he ahí la razón por la que no salgo a la calle: todo ahí fuera es inservible y estúpido. Si salgo a la calle y me rodeo de gente corriente baja mi coeficiente intelectual, no miento. El instituto estaría bien si fuese solo yo y no tuviese que compartir clase con el resto de ineptos de mi edad, que solo sirven para demostrar que el nivel de curiosidad de mi generación es infinitamente bajo. Y, como me ponen muy nerviosa, he decidido no ir a clase. Tampoco me hace falta, seamos honestos. Hoy en día, todo lo que quiera aprender lo encuentro en internet. No soy esquizofrénica, ni tengo cualquier otra enfermedad mental que las personas usan para etiquetarme.  Aunque a veces se me olvide dejar de imaginar cosas. Pero es normal. Cuando te metes en un mundo imaginario en el que todo es perfecto y no estamos sumidos en la corrupción de un gobierno –también absurdo e inútil –lo más común es que no quieras volver a la realidad. Y eso mi cerebro se lo toma muy en serio.
¡Magnífico, Keatrist! ¡Seguro que lo único que estoy consiguiendo es que quien lea esto se convenza más aún de que estoy loca!
Vale. Voy a intentar ser lo más clara posible y voy a tratar de explicar qué me pasa. Por increíble que parezca, mi imaginación es superior a la de toda la gente que conozco. Y no quiero que suene egoísta, porque lo estoy diciendo de la forma más objetiva que puedo. Dejando a un lado que soy muy inteligente –de verdad, no lo digo yo, lo dicen especialistas, y esa clase de gente –puedo crear con mi mente y mi imaginación todo lo que yo quiera, a niveles que nadie conoce. El único problema es que muchas veces mi subconsciente toma parte en estos procesos y cuando intento volver a la realidad, deforma algunos conceptos y situaciones, por lo que mi visión del mundo real se altera. Es una práctica que llevo perfeccionando desde que era pequeña. Para que lo entendáis, es como si tuviese instalado en mi mente alguna clase de juego de realidad virtual, que no siempre puedo controlar. Podría considerarse un don o un poder, pero en realidad todos somos capaces de hacerlo. Solo hay que practicar mucho. Dios mío, qué absurdo e inverosímil suena. Pero juro que es verdad. Y algún día os lo demostraré.
El caso es que de alguna manera he acabado pareciendo loca a ojos de otros. Es interesante, porque en el momento en el que alguien parece más listo de lo que vosotros conocéis como normal, inmediatamente es tachado de loco o raro. Cuando hablas de Albert Einstein con un grupo de personas, seguro que por lo menos una de ellas dirá que era un puñetero científico loco. Yo, personalmente, no sé dónde está el límite entre estar loco y querer ver más allá de lo que todos se conforman con ver. Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.
Al final se me está haciendo un poco más tarde de lo que esperaba, pues no contaba con escribir durante algo más de diez minutos, y sin embargo ya es la 1:13 de la mañana. Tengo algo de sueño, pero, como viene siendo costumbre desde hace mucho tiempo, no puedo dormir. “Esforzarte al máximo, pero no tener éxito; conseguir lo que quieres, pero no lo que necesitas; estar muy cansado, pero no poder dormir”, es una estrofa de una de mis canciones favoritas, y al mismo tiempo, mi forma de vida. Hay pocas canciones que de verdad se acerquen un poco a mis sentimientos. Por eso prefiero la música clásica la mayor parte del tiempo. En ocasiones, siento que pertenezco a la época del barroco o del clasicismo. Pero solo por la música. En verdad, vivir con las tecnologías actuales está bastante bien. Si solo tuviésemos algo más de cultura sobre la música clásica… Pero no, la música producida por un ordenador, las voces retocadas al máximo, los ritmos fuertes y machacones que ponen en todas las ferias y fiestas, y las letras groseras de las canciones actuales es lo que llama la atención de los jóvenes. ¿Vais entendiendo por qué tengo una opinión tan pesimista del mundo? Otras veces me encierro en mi habitación porque es simplemente lo único que me reconforta y que no veo tan inútil. Me gusta tocar el violín y leer libros. No veo nada de malo en ello, por mucho que me esfuerzo en ser empática y ponerme en vuestro lugar para intentar averiguar cómo de rara soy. Honestamente, no lo consigo. Así que, si escribir en este viejo cuaderno, desgastado y lleno de polvo que he encontrado esta tarde junto unos libros que leía cuando era más pequeña en una estantería, va a demostrar que no soy tan rara, que no tengo ningún tipo de problema o enfermedad y que no necesito ir a un psicólogo, entonces, permitidme seguir escribiendo, porque, en ese caso, tengo bastante que escribir.
Mañana mis padres van a llevarle esto a un médico. Solo quiero que lo lea, y que cuando llegue a este punto, sea consciente de que tiene mi más noble invitación para dejarme en paz e irse a la mierda. No estoy loca, señor. No necesito su ayuda, porque su ayuda no sirve para nada. Ahora, coja su estúpida libreta y tome notas sobre mí. Ardo en deseos de conocer su opinión acerca de mi persona. Y espero que capte usted la ironía, o si no, no vamos a llevarnos muy bien.

Keatrist Verum."

domingo, 21 de junio de 2015

Ciudades de cristal.

Hablas de desastres y ruinas,
susurras sobre amor y armonías,
conversas con el futuro
y el futuro no sabe qué hacer contigo.
Cantas por verdades no dichas,
por miedo a palabras dañinas,
tiempo y lluvia fría,
espacio entre recuerdos.
La niña pregunta hoy
sobre lo qué pasará mañana,
y el mañana aún no sabe qué responder;
si llamar al naufragio de ideas,
o a la muerte de los sueños.

Y salta hacia el infierno
si no estás a gusto en el cielo.
Endebles plásticos,
realidades inciertas.
Marchitas en primavera,
floreces en invierno.
Maquetas de ciudades
de cristal
que se rompen cuando el tren se va.

lunes, 15 de junio de 2015

Autómata,
te estás pudriendo.
¿Por qué tenía que recordarte otra persona que eras tú y no los demás los que decidían?
Y ahora ya estás muerta,
apuñalada por gigantes de papel,
de plástico,
de usar y tirar,
de mentira.
Escribes para desengañarte,
escribes para ilusionarte,
escribes para enamorarte,
... ¿más?
Dijiste que no querías ser una más,
que no querías crecer,
que no querías seguir relojes
que te recordasen que se acaba el tiempo.
Sólo serías el náufrago de la isla de los niños perdidos,
siempre lejos de un desastre monótono.
Tic-tac,
te estás pudriendo,
y no precisamente por el tiempo,
te estás muriendo,
te están ganando,
te están transformando,
en ese bicho kafkiano,
en un mundo miserablemente gris,
revoluciones liberales
y nos marchamos a París.

Muerte a los billetes de vuelta.

Las bombas van a estallar.

Hay tanto que hacer
y dicen que el tiempo vuela.
No sé si estoy bien,
hoy me duelen hasta los gritos
que guardo en mi corazón marchito
y este aire acompaña
la melodía que me hace llorar.

Se va, se va,
se acaba ya,
¿Quién pidió un final?
y se va, se va,
se acaba ya
¿Quién decidió este guión?
Las flores ya no crecen
y las bombas van a estallar
van a estallar,
van a estallar.

Sueños de alquitrán,
combustible de las estrellas,
"sed valientes",
y polvo de hadas para variar,
hoy necesito llorar
y recoger migas de pan
que me lleven al infierno,
dime que me vas a esperar.

Se va, se va
se acaba ya,
¿Quién pidió un final?
y se va, se va,
se acaba ya,
¿Quién decidió este guión?
Las flores ya no crecen
y las bombas van a estallar
van a estallar,
¡van a estallar!

miércoles, 22 de abril de 2015

Coexistencia.

Incapaz de pensar en sobrevivir
cuando mi día a día se basa
en tratar de coexistir,
llegando al punto
en el que mi propia existencia
se limita a tu mismísima presencia,
si bien es cierto que cuando no estás,
no existo
y desisto.
Desisto en el acto de buscar respuestas
para preguntas abiertas,
e indispuestas...
a ser contestadas.
Reacia a los sentimientos
y enamorada por vez primera,
no saldría viva de la primavera.
Si apenas soy un ave que acaba de aprender a volar,
no puedo recorrer bosques
en busca de océanos,
mas no le busques el sentido;
sólo palabras que ojalá se perdieran
bajo el anonimato en algún poema.
Y en verdad,
¿qué escuchamos?
Sólo canciones que indagan en la duda,
la duda de lo que es amar,
la certeza de no comprenderlo.
No son flores ni armonías melodiosas,
son espinas y disonancias odiosas,
pero,
curioso es,
lo que me gusta el dolor
y esas notas de un ayer
en absoluto consonante,
sino más bien distante
y tedioso,
y desastroso,
y peligroso,
y confuso,
y tú.

domingo, 12 de abril de 2015

Triste.

A veces tengo la impresión de ser un fantasma, pero mi respiración me delata. Quizás por eso cometo el error de ser transparente y que se note enseguida que no estoy bien cuando me pasa algo. Sin embargo, tanto tiempo sin estar bien hace que apenas se aprecie. Creo que ese es ahora mi estado de ánimo natural. Me gustaría poder explicarlo con más exactitud, con palabras ricas en significado, con una definición sensible, casi etérea, cargada de emoción, capaz de hacer suspirar y de que se te erice el vello de la piel. Precisamente por eso me desconcierta tanto que me pregunten si estoy triste. Es tan simple como eso: triste. Que estoy triste. No me había parado a pensarlo. ¿De verdad llevo tanto tiempo estando tan triste y sin saberlo?
Igual no estoy triste, y sólo soy una persona fría.
¿Tú qué crees?
Bueno, no me conoces, así que lo dejo a tu elección.
Porque probablemente las dos opciones sean correctas.

martes, 7 de abril de 2015

Odio.

Como gritar en una habitación vacía.
Así podrías definirlo.
Es gritar hacia nada, nadie puede escucharte.
Porque ni si quiera sabes si quieres que lo hagan.
Porque tienes miedo.
¿De qué tienes miedo?
Tienes miedo de convertirte en lo que odiabas.
Tienes miedo de perder aquello que quieres.
Tienes miedo de confundir las estrellas con farolas.
En realidad, no hay tanta diferencia.
Las farolas iluminan la calle oscura;
Las estrellas, el cielo en penumbra.
¿Y a ti?
A ti sólo podía iluminarte un nombre.
O una canción.
Y sin embargo, sólo querías gritar.
En una habitación vacía.
Porque nadie podía escucharte.
Pero con escucharte tú misma bastaba.
Porque eras tú
la que necesitaba oírse a misma
a tu voz asustada
y quebrada
y triste
y sola
como la habitación en la que estabas.
En efecto, ahora eres lo que odiabas.
¿Lo mejor?
Que no te arrepientes de nada.

domingo, 15 de febrero de 2015

Cadencias.

Me estás matando.
Con el efecto de una droga,
que crees que te hace sentir mejor,
Pero en realidad me hace daño.
Me mata.
Me matas.
Pero siempre recaigo porque me he hecho adicta,
y la inmunidad de mis
sentimientos es ya muy baja,
porque cada vez que te veo pasar destruyes
las partículas de mí
que me hacían ser racional.
Y ahora no existe más razón
que la de tu sonrisa,
y el brillo de tus ojos al hablar.
Así nadie puede ser racional.
Dicen que una persona puede completar a otra,
y quizás sea cierto,
pues yo ya no siento,
sino que sentimos,
o te siento a ti.
Te siento como una fina espina clavada en lo más hondo
de un corazón que no se ha roto todavía,
pero que se está quebrando,
y solo unas estrechas fibras soportan la tensión de esos pedacitos aun unidos,
que equivalen a la distancia entre mi piel
y la tuya.
No hables más pues solo escucho música de tus labios,
las arritmias del alma y las síncopas de decir que no
cuando en realidad la parte fuerte es el sí.
Muchas veces preguntan si se puede echar de menos
aquello que no tienes pero anhelas,
y la respuesta es ese "sí" débil del compás de mis intentos fallidos,
porque yo te echo de menos en francés,
pues es que tú
me faltas.
Y, a veces,

       solo quiero
                  que estés
                             aquí.
                               Conmigo.

Como cadencia perfecta final.

jueves, 15 de enero de 2015

Cáncer.

"Ni si quiera sé cómo empezar a escribir todo esto. He tenido que pedir a mis padres que no dejen pasar a nadie. Quiero estar sola. Supongo que es normal, ¿no? Aunque, en realidad, llevo sola toda la vida. 
Nacemos para morir, bien lo sabían en la Edad Media.
Pero no estamos en la Edad Media, es la única diferencia.
¿Cómo he podido dejarlo pasar todo? Esta maldita habitación ya no está tan vacía si la comparamos conmigo. Ya no sé si estoy enfadada, triste o cansada. Quiero llorar, de eso sí estoy segura, pero ni si quiera para ello tengo fuerzas. En parte, ese es el motivo por el que no deseo que nadie venga a verme: porque no quiero que me vean llorar. No quiero que me vean con este aspecto: pálida, delgada y con ojeras debido al sueño, pues me da miedo dormir y que no pueda volver a despertar. 
No quiero escuchar cómo me dicen que voy a salir de eta mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Igual que no quiero que intenten animarme diciéndome lo fuerte que soy, porque no es verdad. Si lo fuese, no tendría que encerrarme a llorar en el cuarto de baño, y no le habría gritado antes a mi madre. No se lo merece. No el hecho de que yo le grite (que tampoco), sino el perder a una hija. Y supongo que tal vez yo tampoco lo merezca. 
Quería... Quería salir de aquí, viajar, ver mundo. Quería escribir una novela, cantar sobre algún escenario importante, actuar para un público, pintar mis sueños con colores que nadie conoce, conocer a alguno de los artistas que me inspiran, poder cumplir las promesas que hice alguna vez...
Pero ya veis: me estoy muriendo. Tengo quince años y me estoy muriendo. Y no, no quiero que me sigan diciendo que no voy a morir cada vez que yo lo digo en voz alta. ¿Por qué cuando te estás muriendo la gente insiste tanto en decir que todo irá bien? Les he fallado, les he fallado porque dije que morir no entraba en mis planes, y, sin embargo, llevo puesto este estúpido pijama del hospital y necesito un tubo que me ayude a respirar. Porque voy a morirme.
El otro día discutí con mis padres. Les dije que no quería que viniese nadie a mi funeral. No quiero que vengan a llorar por mí personas que ni conozco, ni me conocen. No quiero que con el tiempo me olviden. No quiero que me entierren en un cementerio, ni que vengan a traerme flores cada vez que pase un año de mi defunción. Porque yo no voy a ver, coger u oler esas puñeteras flores. Solo caerán sobre la piedra fría de mi lápida, con un epitafio diciendo lo fuerte que fui en mis últimos días de vida y cómo aguanté con una sonrisa hasta el final (es mentira, no lo voy a hacer). Y el encargado del cementerio cogerá esas flores en cuanto pase una semana, y las tirará. Es lo mejor, nadie queire ver flores marchitas sobre la tumba de una pobre niña que murió a los quince años. Es una metáfora. Porque yo soy esas flores, que se fueron apagando con el tiempo, que perdieron su color, que se marchitaron, y que, al final, alguien tiró y quedaron olvidadas. Soy la cuerda de un violín que alguien tensó demasiado y terminó por romperse. Soy una pluma que se quedó sin tinta, un pájaro sin alas, un café frío, viento en dirección a la muerte y silencio gritándote a los oídos. Y eso, todo eso, se lo dije a mis padres, antes de que rompiesen a llorar. Acabé pidiendo que usasen la canción de 'Fix you' (de Coldplay), para el funeral, porque aunque no entiendan inglés, es una gran canción. Y porque tal vez así se acuerden de mí cuando vuelvan a escucharla, o cuando recojan los CD's de m habitación y vean el título. Ojalá guarden mis peluches, y mis pósters. Ojalá vendan mi flauta travesera a un niño con ilusión por empezar a estudiar música, como yo la tuve en su día. No sé quién dormirá con mi hermano cuando tenga miedo por las noches, quién tocará el piano en los descansos de los ensayos del coro, quién intentará animar a mis amigas cuando estén mal, quién usará mis libros del instituto, quién leerá mis relatos, quién seguirá intentando contactar conmigo en alguna red social quién ordenará mis partituras, quién tarareará canciones en clase, quién leerá las canciones que intenté componer, quién contará esos chiste tan malos, quién verá mi cuerpo inerte por última vez, quién llorará por mí. Tal vez ni si quiera me apetezca saberlo. 
La vida es injusta, pero sigue. Y si no estoy yo, ya estará alguien en mi lugar. Yo no soy nadie. Solo un cristal roto, y años de mala suerte. 
No podéis pedirme que luche, no puedo hacerlo. Quiero irme ya, porque duele, y mi cuerpo no funciona bien. No espero cambiar nada. Quizás sigan echando la misma basura en televisión, el mundo siga sumido en la corrupción, sigan sacando libros juveniles que son un aco, la gente siga sin valorar lo que tiene y la humanidad continue siendo egocéntrica. Pero,yo ya no estaré para quejarme, así que a nadie le importará.
Gracias, a todos, por haberme hecho ser mejor persona, de la que jamás me arrepentiría ser. A los que confiaron en mi, como nadie nunca lo habia hecho. Ojalá os conozca en otra vida. Una vida en la que quizás el destino me trate con mejor humor. Quién sabe. 
Y, por último, antes de que se gaste la tinta del bolígrafo, gracias a todo el mundo que de alguna manera me ha ayud..."

viernes, 9 de enero de 2015

Ese monstruo exquisito.

Yo ya estaba aburrida a temprana edad, pero, al contrario que los demás y totalmente al revés de lo que muchos podrán pensar, yo no estaba aburrida de vivir: estaba aburrida de los que decían que no tenían nada que hacer con su propia y única vida. Sorprendentemente, esas personas siempre eran las más cobardes. 
De manera inexorable, cada noche mi pecho se llenaba de angustia y mi alma se veía encarcelada por la monotonía de la rutina y los límites que establecían las dudas infinitas. No saber qué me deparaba el destino, o quizás no saber aceptarlo, o simplemente no ser capaz de escribir el mío. Tal vez fuese una mezcla de las tres cosas. Y, así, en el hastío de no poder entender mis propios llantos, tomé la mejor decisión de mi existencia: comenzar a vivir.
Lo raro sería que así todo se hubiese vuelto de color de rosa repentinamente, lo cual, en efecto, no ocurrió. Estaba, desgraciadamente, el gran cansancio que me producía tener que madrugar para vivir un día prácticamente igual al anterior en ese temible, soporífero e insufrible infierno que todos aquellos de mi edad odiaban y que, aunque entonces no lo admitiesen, echarían de menos en el futuro. Era esto conocido mundialmente y más comúnmente como instituto. En cierto momento de mi vida, tuve alguna clase de revelación y me di cuenta de que no era tan malo. Abrí mi mente y me percaté de que lo que necesitaba diariamente era una alta dosis (incluso me atrevería a decir sobredosis), de fuertes emociones. Y, así, curiosamente, nació mi interés por todo lo que me rodeaba, por los pequeños detalles, mi peculiar forma de crear ilusión a partir de cosas insignificantes, y, sobre todo, mi pasión por el arte, que llenaba mis huecos vacíos y tiempos muertos de mi día a día.
Pero, sin embargo, no todo fue tan fácil. En ocasiones, no era tan sencillo conseguir emociones fuertes de las que alimentarse, puesto que con mi edad no estaba tan acostumbrada a la libertad, y mucho menos a buscar aventuras. Entonces, cuando pensaba que mi cabeza iba a explotar si no le proporcionaba algo nuevo, descubrí eso que llaman creatividad, la actual dominante de mi personalidad, que me salvó de lo que para mí era peor que cualquier enfermedad: el aburrimiento, ese monstruo exquisito que se empeñaba en establecer unas reglas monótonas en mi vida, y que me amenazaba constantemente con el peor de mis miedos:
dejar de crear.