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lunes, 7 de diciembre de 2015

Bellum.

Este es un relato de ciencia ficción con el que participé en un concurso de la Cadena Ser hace dos años. Gané el segundo premio, si mal no recuerdo, o un accesit. La verdad es que ya ni siquiera estoy segura, pero hoy me he vuelto a acordar de él porque estoy pensando en participar en otro concurso y varias personas me han pedido leer este. Así pues, os dejo por aquí el relato de "Bellum". 



-“Veinte de febrero de dos mil sesenta y ocho. Hoy hace frío, pero parece un buen día para ponerse en marcha. No van a pararnos”.“Veinticinco de febrero de dos mil sesenta y ocho. Es triste que no se den cuenta de que nos están destrozando. Deberíamos ser una sociedad avanzada, inteligente, consciente, pero, aunque pasen los años, ellos no cambian. No gobiernan por el pueblo ni por sus necesidades, ni si quiera por las suyas propias. Usan el poder para sentirse superiores, para esclavizarnos. ¿Y nadie piensa hacer nada? Bueno, yo sí. Y haré todo lo que sea preciso y posible para acabar con ellos”.“Tres de marzo de dos mil sesenta y ocho. Ya está hecho. Hoy he sido cómplice de la muerte. Pero es una sensación demasiado gratificante como para dejarme llevar por remordimientos. Sí, les he quitado algo preciado, igual que ellos nos lo quitan todo. Y lo mejor de todo es que no me arrepiento”. –leyó en voz alta el jefe de los agentes Lafaard, paseándose de un lado a otro de la habitación. –“Firmado: Held Besparen”. ¿No te parece que todo esto es suficiente para demostrar tu culpabilidad?
Desde la calle se oían gritos de protesta, silbatos, y, en general, un gran alboroto. Hubo un ruido sordo, un par de disparos, y más gritos. Ella se removió inquieta en la silla. Un escalofrío recorrió su cuerpo y erizó el vello de su piel tras oír los disparos, y su mirada permanecía fría, distante, ausente, y, sobre todo, perdida. Sin embargo, su rostro reflejaba una gran tranquilidad, aunque, sus ojos, abiertos como platos, aportaban algo de locura a su expresión. Bajó la cabeza, intentando no cruzar la mirada con ninguno de los agentes Lafaard allí presentes. Sostenían en sus manos grandes armas, algo más grandes que simples metralletas, con incontables botones y luces que parpadeaban, y pantallas con pequeños mapas interactivos tras la culata. Se podría decir que parecían de juguete de no ser porque estaban fabricadas de un material similar al cristal, lo que les  daba un aspecto sofisticado y frío. La sala tenía un aspecto sombrío y casi siniestro, y el gran ventanal situado a la izquierda de la joven no ayudaba, pues el día era gris.
-¿Held?-dijo el agente Lafaard, tratando de llamar su atención.
-¿Qué?-preguntó ella, despistada, y sin interés.
-¿Has escuchado lo que acabo de leer? ¿Sabes lo que es?
-No-contestó, cortante, observándolo con curiosidad. Todos los agentes Lafaard presentes en la habitación permanecían alerta, pero él parecía tranquilo. Vestían uniformes de color negro y azul, y alrededor de sus cinturas colgaba un cinturón ancho donde guardaban armas más pequeñas, dispositivos de comunicación con más luces intermitentes y utensilios de una tecnología avanzada que ella jamás había visto. Todos ellos llevaban un casco que les cubría la cara por completo, salvo la zona de los ojos, que estaba cubierta con un cristal opaco y resistente. Todos, menos él, que, de hecho, no se veía cómodo con su uniforme, lo que daba la seguridad de que estaba frente a hombres y no robots preparados para matar. Él suspiró.
-Es tu diario, Held, y todo lo escrito en él indica que eres culpable.
-¿Culpable?-de repente pareció sorprendida-¿De qué?
-¿No sabes por qué estás aquí?
-Nunca sé nada.-se mecía hacia delante y hacia atrás en la silla-.Nunca sabré algo, en realidad. ¿Tú crees que
sabes cosas? Claro que sí, como todos. Pero, ¿cómo sabes que todo lo que sabes es cierto?-dijo, con un hilo de voz, casi en un susurro, mirando al suelo.
-Held, mírame-ordenó el oficial, posando las manos sobre sus hombros con suavidad-.Te han acusado de secuestro y posible asesinato. –hizo una breve pausa, se volvió y tecleó algo en una gran pantalla táctil incrustada en su escritorio para luego mirarla de nuevo- ¿Cuántos años tienes?
-Catorce-musitó.
-Muy bien, Held, supongo que después de todo lo que ha pasado debes estar conmocionada. Tú solo dime todo lo que pasó y te sentirás mejor, ¿quieres? –dijo, mirándola con compasión.
-El tiempo… El tiempo. No sé cómo te llamas tú, ¿puedo llamarte Alexander? ¡Oh, el tiempo, Alexander!-repetía mientras agitaba los brazos en el aire- Supuestamente lo arregla todo, ¿no? Eso dicen siempre. Y, sin embargo, aquí estamos. Confusos, sin conocimiento. ¿Crees que también nos quitarán la habilidad de pensar? ¡Oh, dios mío! Si supieran cómo hacerlo… ¡lo harían, Alexander!
-Held, no sé de qué estás hablando-dijo, desconcertado-.Me llamo Stille.
-Stille-repitió Held en voz baja-¿Quién ha muerto, Stille?
-El hijo de Slak Manson, el presidente de Wanhoop, Held. Nuestro presidente.-murmuró Stille, con cierto énfasis en la palabra nuestro, frunciendo el ceño.
-¡Wanhoop!¡Veinte años de miedo y sufrimiento! Eso es Wanhoop, ¿no? ¿¡NO!? –exclamó Held, poniéndose en pie. Apretó los puños con rabia mientras se acercaba a Stille sin controlar su furia, y los
Laafard la apuntaron con sus armas. Stille alzó un brazo en el aire para indicarles que bajasen sus pistolas, y permaneció impasible junto al escritorio. Held lo miró de arriba a abajo una vez más. Era alto y delgado, y se apoyaba sobre el escritorio cruzado de brazos, con una expresión aburrida e indiferente. Era uno de los líderes Lafaard, lo que le llamó la atención, pues apenas tenía treinta años. Un par de agentes la sujetaron por los brazos, obligándola a sentarse de nuevo, no sin antes escupir sobre el traje de Stille, como símbolo de desprecio.
Wanhoop era, en efecto, el país del sufrimiento, de la agonía y del terror, donde residían los supervivientes de la guerra del año dos mil cuarenta y ocho, La Guerra de los Dapper, donde la mayor parte del mundo quedó reducida a cenizas tras una gran explosión nuclear de una central secreta bajo una conspiración del gobierno de varios países de diversos continentes. Wanhoop abarcaba tan solo una muy pequeña parte del norte de los antiguos Estados Unidos, y contaba con tan solo cuatro escasos millones de habitantes. Su presidente, Slak Manson, era temido en todo Wanhoop, y se había propuesto acabar con cada una de las
esperanzas de los ciudadanos del país. No les quedaba nada: les habían quitado sus derechos, su libertad, su
ilusión, incluso su creatividad. No sería exagerar si se dice que todo estaba prohibido. Todo lo que implicase cierta diversión o forma de expresar sentimientos no estaba permitido. Era un país increíblemente paupérrimo, donde mucha gente se dejaba la piel para conseguir un simple trozo de pan. Y, si intentaban protestar, o rebelarse, Manson echaba mano de su poder militar, que no era especialmente débil. En

definitiva, Wanhoop era el país de la desesperación.
-¿Dónde está el hijo de Slak Manson, Held? ¿Lo mataste? –preguntó Stille, clavando su mirada en la joven, que había comenzado a temblar.
-Echo de menos el sonido de la guitarra. No, no, no. Echo de menos el sonido de su guitarra. Era especial, ¿sabes? Por lo menos para mí-se acurrucó en la silla, dándose golpecitos en las rodillas con sus finos dedos-.Tocaba siempre que podía, me hacía muy feliz, y ayudaba a que mi madre dejase de llorar y olvidase que papá había muerto. Murió en La Guerra de los Dapper, no lo conocí. Pero seguro que fue muy valiente. Y por eso mi hermano tocaba la guitarra. Para olvidar. A mí me hacía muy feliz, ¿te lo he dicho ya? Claro que yo no sabía lo que pasaba. Tenía solo cuatro años, Stille. Yo me sentaba en el suelo, y simplemente lo escuchaba tocar. Observaba sus dedos acariciando las cuerdas, posándose sobre cada traste. Su sonido, dulce, hipnótico y tranquilo me embaucaba y me transportaba a mundos imaginarios, esa clase de mundos que solo los niños pueden permitirse soñar. 
Lo observaba con cautela, y en mí solo cabía la admiración, la fascinación, mientras que en la calle morían de hambre niños incluso más pequeños que yo-su voz se quebró y tragó saliva varias veces antes de continuar, y seguía moviendo sus dedos sobre sus rodillas, cada vez más nerviosa-.Pero, entonces, ellos llegaron. Ni si quiera sé cómo lo escucharon, si incluso a nosotros mismos nos costaba oírle. Sin embargo, ellos entraron, con sus grandes armas y sus trajes a prueba de todo tipo de “ataques”-rio y añadió con sarcasmo- como si nosotros pudiésemos atacarles. Todo pasó muy rápido: le quitaron la guitarra, que ya de por sí estaba hecha una pena, y la rompieron en mil pedazos en un segundo. A él lo cogieron y lo llevaron a rastras hacia fuera, a la calle. Para matarlo en público, tal vez. Mi madre trató de impedirlo, ¿sabes? Intentó ir a por él, pero se la quitaron de en medio con un solo disparo. Como si fuese un juguete, como si no valiese nada. Como basura, escoria. No fui capaz de entender qué ocurría, pero asumí, por puro instinto de una niña de cuatro años, que debía salir de allí, así que me escondí tras el viejo sofá del pequeño salón, donde pude observar con bastante claridad, más de la que habría deseado, cómo estrangulaban a mi hermano, y cómo quedaba inmóvil rodeado de sangre en el suelo. No recuerdo muy bien qué hice entonces, pues no podía creer lo que estaba sucediendo, y mucho menos entenderlo. Me aferré a la idea de que nada era real. Hui. He estado vagando por las calles todo este tiempo, viviendo temporalmente en refugios donde nos alimentábamos con dos cucharadas de sopa por la mañana y por la tarde. Ni si quiera sé cómo aún sigo viva-se restregó los ojos, dejando ver sus brazos desnutridos y pálidos-.Pero tan solo tenía cuatro años…Los mataron. A todos. Sí, echo de menos el sonido de la guitarra. De su guitarra.
Hubo un silencio incómodo que invadió toda la estancia, hasta que de nuevo se oyeron gritos y barullo a través de la ventana.
-Vale, Held… Entiendo que lo has pasado muy mal, pero… ¿Vas a contestar bien a alguna de mis preguntas?-preguntó Stille, no habiendo prestado ni la más mínima atención a su historia.
-¿Y tú? ¿Vas a devolverme a mi familia?-dijo ella, adoptando un tono de voz más profundo, más cortante,

desagradable e incluso más real.
El joven Lafaard enmudeció, asombrado por su cambio de actitud y sin una respuesta que poder darle. Held se levantó por segunda vez de la silla y notó cómo los agentes preparaban sus armas de nuevo, pero esta se acercó a la ventana y ni se inmutó. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero consiguió dibujar una sonrisa en su cara. Oyó más gritos de protesta de los rebeldes, que probablemente la estaban defendiendo. Supo que los matarían si seguían protestando, y así fue: agentes Lafaard ocuparon las calles de la
gran plaza y tomaron sus armas. Pero, por primera vez, los rebeldes los superaban en número, y, sobre todo, en esperanza. La esperanza que Held les había dado. Los Lafaard lanzaban gases y sustancias explosivas contra los rebeldes, que no paraban de gritar, y que, inexplicablemente, habían conseguido armas que disparaban contra los agentes. Stille cogió uno de los dispositivos de su cinturón y tras comprobar algo, hizo una seña a los agentes Laafard que ocupaban la habitación, y estos salieron corriendo con sus armas cargadas, en dirección a la plaza. En la sala solo quedaban Stille y ella, que seguía mirando por la ventana.
-¿Nunca te has preguntado por qué los días en Wanhoop son tan tristes? –parecía que hablaba para sí, soltando cada palabra sin ganas.
-Si crees que intentando parecer desorientada o demente vas a engañarme, no te esfuerces más. –dijo Stille, apuntándola con su arma de cristal, con la voz ronca e intentando intimidar. -¿A qué estás jugando, Held? ¿Dónde está el hijo del presidente?
De nuevo su conversación se vio interrumpida por las bombas que lanzaban los agentes del presidente. Las miradas del jefe Lafaard y la joven se cruzaron por un instante, y él quedó confundio cuando creyó distinguir un brillo de emoción en los ojos de Held, y una sonrisa dibujada en su rostro.
-Podría decir que está muerto –otra vez su voz sonó más profunda y real. La expresión de su semblante cambió por por completo, mostrando a una chica diferente a la que Stille había conocido. -Pero no quiero mentir. –Añadió. Sus ojos brillaban de la emoción.
-Lo único que está muerto aquí –prosiguió–, son nuestras ilusiones, nuestras esperanzas y nuestros sueños. Todo eso que se llevaron. Toda la fe que pude llegar a tener algún día. Porque nos usan, nos exprimen, sacan lo peor de nosotros, nos hacen ser una oveja más de su rebaño, una pieza más de sus juegos, donde las reglas cambian constantemente. ¿No lo ves? Solo juegan con nosotros, porque eso somos para ellos: juguetes. –fue elevando el tono de voz cada vez más, y dio una patada violentamente a la silla.
Stille observaba todos sus movimientos y escuchaba sus palabras conteniéndose. Su turbación era tal que
apenas podía articular alguna palabra. Ante la situación, Held siguió hablando:
-Ellos. Los que tienen tanto poder… Acaban sumidos en la codicia, en la corrupción, en la mentira. ¡Nos lo quitan todo! ¡Hasta la creatividad! ¿Es que acaso tocar la guitarra hace daño a alguien? ¿Eh? ¿Es eso humano? ¿Lo es?-dio un puñetazo sobre el escritorio de Stille, con fuerza. –Nos dan motivos falsos para creer, más mentiras en televisión y en los periódicos. Nos manipulan, como a unas indefensas marionetas. Pero basta con mirar por la ventana. Se respira miedo. –Se acercó al ventanal por segunda vez. –Intentan
hacernos ignorantes, cuando ellos son los primeros que no se dan cuenta de lo que hacen. ¿De verdad esperabas que yo hubiese matado a alguien? Es más, ¿cómo dais por supuesto que está muerto? Nadie ha visto el cadáver.
-¿Por qué iba a tener que creerte?
-Tú mismo. –se dejó caer en la silla, suspirando. –Pero sé que eres inteligente, y sabes que no ganaría nada metiéndome en todo este jaleo.
-Solo dime si sabes dónde está, por favor, Held.
Ella agachó la cabeza.
-Held, escúchame. ¿Crees que me gusta todo esto? Si no consigo una respuesta, una solución, Slak mandará mi ejecución. No quiero hacer esto, no quiero estar aquí, pero nunca tuve otra opción. Si no puedes con el enemigo, únete a él. Eso dicen, ¿no?
-Eres un cobarde. –espetó.
-Oye, mira, confío en ti, ¿vale? Te he observado, sé que no estás mintiendo, que no has matado a nadie. Tus palabras, tus gestos, son muy sinceros. Y espero no equivocarme contigo.
Ella lo miró un instante.
-Quizás… puedas ayudarnos.
-¿A quiénes? ¿A qué?
-A los rebeldes, ya sabes, ayudarnos con todo esto. –contestó, señalando la ventana.
-¿Es esto… una revolución? –preguntó finalmente.
Ella esbozó una sonrisa cansada. Miró por la ventana y le hizo una señal a Stille para que se acercase.
-¿Ves a toda esa multitud? Están luchando, porque por primera vez tienen esperanza. Entiendo que tienes órdenes de aniquilarlos a todos como ratas, pero, piénsalo: ¿por qué? ¿Por perderlo todo? ¿Por tratar de defenderse?
-No son mis decisiones, Held. El presidente…
-¡El presidente, el presidente! ¡Al infierno con el presidente! –interrumpió. –El presidente es un hombre como otro cualquiera, no es invencible, Stille, no puede luchar él solo. Necesita su ejército… ¿y si su ejército le fallase, Stille?
Él quedó pensativo. Supo entonces que todo lo que habían hecho estaba mal, que podían revelarse contra el gobierno, que en su mano estaba la oportunidad. No le costó entender lo que Held le pedía: él era el líder
Lafaar, y de él dependía que el ejército funcionase correctamente.
-Escúchame, Stille… Necesitamos tu ayuda, por favor. –suplicó, sin apartar los ojos de la multitud de rebeldes que combatía a muerte en la plaza. –Ellos luchan porque quieren más de lo que tienen y necesitan, mientras que nosotros solo luchamos por tener algo.
Entonces fue como si algo hiciese ‘click’ en el cerebro de Stille, y asintió, con la mirada perdida. Pero, justo en ese instante, dos agentes irrumpieron en la habitación, agarrando a un chico algo más joven que Stille por

los brazos.
-Señor, dice ser el hermano de la chica. –dijeron.
-¿Qué? –exclamó Stille, y miró a Held, con el rostro contraído. – ¿Es eso cierto, Held?
Ella no supo cómo reaccionar. En ese momento, estaba tan confusa como Stille, o más aún, pues vestía un uniforme Laafard. Sí que reconoció a su hermano, a pesar de que habían pasado diez años. Pero él había muerto. Ella misma vio cómo lo estrangulaban y cómo quedaba inerte en el suelo, cubierto de sangre… Parpadeó, incrédula. Eso no significaba que lo hubiesen matado. ¿Había estado infiltrado todo ese tiempo?
Stille clavó una aguja en el brazo del chico y extrajo un líquido viscoso que introdujo en otro de los dispositivos de su cinturón. Al momento, la pantalla se iluminó. Era un identificador. En la pantalla aparecía una foto, y al lado un nombre: Kever Besparen.Su hermano.
-¡Me mentiste, Held! ¿No echabas de menos el sonido de su guitarra? –gritó rabioso. -¿Ahora esperas que me crea todo lo demás?
-Kever… -musitó Held, mirando a su hermano, que intentaba murmurar algo. Los Laafar debían de haberle inyectado algo para que no pudiese despegar los labios. –Stille, de verdad que yo no entiendo…
-¡Basta! Held, por última vez, ¿mataste al hijo de Slak Manson? –apuntaba a Kever con su arma. Estaba tan histérico que daba miedo.
-No, Stille, yo…
Él disparó directo a la cabeza del chico, que cayó con fuerza al suelo, formando un charco de sangre a su alrededor.
-¡Kever! –exclamó Held, abalanzándose sobre el cuerpo de su hermano, con los ojos llenos de lágrimas, y se apoyó sobre su pecho. Los dos Laafar desaparecieron por el pasillo.
-¡Cobardes, todos! –gritó, y su voz sonó temible. Sostuvo su cabeza y sus manos se mancharon con su sangre. –Kever, Kever, por favor…
Sintió que ya daba igual si murió o no diez años atrás, ahora lo había perdido de verdad. Y la sed de venganza ardió en su interior, como un fuego incapaz de apagarse ni con todos los litros de agua del planeta. Y se dio cuenta de que todo el plan acababa de irse a la mierda: sin la ayuda de Stille, estaban acabados.
-Bueno, Held, ¿vas a decirme ahora dónde está el hijo de Manson?
Oyó la voz de Stille a su espalda, tan tranquila e indiferente, como si lo que acababa de hacer no hubiese significado nada, y apretó los dientes, furiosa. De repente, se levantó y embistió contra él, agarrándole con
violencia de la chaqueta del uniforme. Era bastante más alto que ella y no alcanzaba a agarrarle por el cuello, pero aprovechó su desventaja para darle un puñetazo en el estómago. Puede que no le doliera mucho, pero ella consiguió liberar su rabia. Luego lo arrastró con furia hacia el ventanal y lo empujó contra el cristal, con algo menos de fuerza.
-¡Ahí! ¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Ahí lo tienes, al hijo de tu querido presidente! –sollozó, clavándole las uñas en el brazo.
Stille observó a toda la multitud. En efecto, ahí estaba el hijo de Slak Manson. Un niño pequeño, de apenas diez años, que un rebelde acaba de subir a sus hombros.
-¡Yo solo era la distracción, Stille, igual que el diario! ¡El niño siempre ha estado ahí abajo!
Y en ese instante, los agentes que trataban de acabar con el gran número de protestantes dispararon y lanzaron algo parecido a granadas hacia ellos. Y no fueron ni una, ni dos, sino las bastantes como para destruir un pueblo entero. Asomado al gran balcón de la plaza se hallaba el presidente, observando la masacre con la misma sorpresa que Stille. Por fin había entendido el plan de Held, y no pudo dominar su ira cuando vio cómo las bombas explotaban sobre la muchedumbre, matando a un número muy elevado de manifestantes, y así, a su propio hijo.
Un sonido intermitente y molesto inundó la habitación, como una bomba. Procedía del traje de Stille. Él se retorció, ansioso, y empujó a Held lejos de él. Entonces, el traje explotó, y Held retrocedió, mientras el cuerpo de Stille se precipitaba hacia el suelo a través de la ventana, que había estallado debido a la explosión. Supo que Stille no había cumplido su misión, y que así se lo hacía pagar el presidente. Sin pensárselo dos veces, cogió el arma de cristal de Stille que había caído al suelo. Pesaba bastante más de lo que parecía, y no entendía muy bien su funcionamiento, pero se dejó llevar por la adrenalina y la presión del momento. Se apoyó sobre la pared junto al ventanal, con la culata del arma rompió lo que quedaba de cristal, y pequeños trozos se clavaron en sus hombros. Pero no le importó. Sostuvo el arma con seguridad y apuntó hacia el balcón del edificio principal que se erguía en el centro de la plaza, donde Slak Manson discutía con dos de sus oficiales, iracundo. No dejó que le temblaran las manos. Pensó en su madre, en su padre, en su hermano. Pensó en toda la gente que murió en La Guerra de los Dapper, y en toda la que estaba muriendo en ese momento por su culpa. Pensó en Stille, que en el fondo solo tenía miedo de Slak, que lo había hecho volar por los aires, con algún mecanismo-bomba especial conectado a su uniforme. Después decidió no pensar en nada. Y apretó el gatillo.
Un intenso silencio recorrió todos los rincones de la gran plaza de Wanhoop. Y todos observaron cómo el presidente se tambaleó de un lado a otro en el balcón, y cómo tropezó y cayó hacia delante, precipitándose al suelo de la plaza, a una altura realmente considerable, Pero no todos vieron cómo antes de caer pulsó el botón de un pequeño mando que tenía en el bolsillo. Y antes de que les diese tiempo a gritar, antes de que pudiesen decidir que la guerra estaba ganada, antes de que Held pudiese reaccionar, la plaza voló por los aires. Los edificios estallaron y las llamas arrasaron con todo a su paso. Y poco a poco, todo Wanhoop se fue destruyendo. Lo poco que quedaba de mundo, las pocas personas que aguantaron, todo, desapareció.  Y
el mundo quedó vacío, como en un principio lo estuvo. Y como, para muchos, siempre parecía haberlo estado. ¿Quién ganó la guerra, entonces? Podría contestar la pregunta, pero, ¿es acaso necesario? No ganó nadie, porque no debió haber guerra. Ni en el año dos mil sesenta y ocho, ni nunca.

 Diecinueve de abril de dos mil catorce. Esta es solo una de las muchas historias que luchan en mi cabeza de madrugada. Este es solo uno de los futuros imaginarios que algún día no tan lejano podrían dejar de ser ficticios. Pero sólo es una historia… ¿no?

domingo, 13 de septiembre de 2015

Colores.

Eres del color
de los fuegos artificiales
que explotan en mi corazón.

Eres atardeceres
y puestas de sol,
eres música 
y no cualquier canción.

Nos salvamos mutuamente,
pues somos héroes en peligro.

Siempre has sido mi color favorito.


miércoles, 9 de septiembre de 2015

Komorebi.


Komorebi (sust.):

Rayos de luz solares que se filtran entre las hojas de los 
árboles. 
































Escribo besos 
para conseguir versos
o algo así.


El viernes tengo la presentación del nuevo curso en el instituto. Tengo unas ganas que se salen de lo común. Además, estoy muy ilusionada con mis proyectos de escribir novelas. La verdad es que es un sueño que tengo muy presente desde que era bastante pequeña, pero nunca he sido capaz de terminar de escribir una historia entera. Finalmente, me lo estoy tomando más en serio ahora. ¿Qué saldrá? Nunca lo sabré, probablemente también me rinda pronto, pero mientras, dejo por aquí el enlace a Wattpad de lo que estoy escribiendo: Ocho disonancias finales (Click aquí), y también os dejo un vídeo que subí a YouTube el otro día. Me estoy iniciando un poco en eso de ser YouTuber, también es un proyecto extraño que tengo en mente: El mundo está mal. (click aquí).

lunes, 31 de agosto de 2015

Letras.

De cómo una sola letra del abecedario,
podía convertirse en la mayúscula
de
un
corazón. 



La chica de esta foto es una espontánea que se coló mientras intentaba hacer una foto en Hyde Park en Londres. De alguna manera, quedó una foto un poco siniestra (se aprecia la imagen borrosa y movida al fondo y un poco más nítida hacia la derecha), pero le cogí algún tipo de cariño especial por la soledad y frialdad que me evoca.

martes, 18 de agosto de 2015

Reminiscencias de un amor inaudito.

Sobre mí, la acritud de tu indiferencia,
el peso del tiempo
y de mi propia intrascendencia.

Soy el grupo de música banal
que nadie conoce,
que nadie se molesta en escuchar,
que nadie busca,
que espera a ser descubierto
para que alguien mire dentro
y se jacte, cohibido,
de haber encontrado
algo de lo que por fin enamorarse, 
de lo que alegrarse,
y así,
que nadie me conozca,
que nadie me escuche,
que nadie me descubra,
y que sólo él mire dentro.

Reminiscencias de un amor inaudito. 
Al tiempo que yerto, 
nunca coetáneo, 
estragos embriagados 
de algo prohibido. 

Sobre ti, mi meliflua presencia,
un disparo en el tiempo,
y así, mi limerente ausencia. 

Llevo unos días enfrascada en un libro de Carlos Ruiz Zafón, "La sombra del viento", y ha despertado dentro de mí una necesidad casi agónica por conocer muchas palabras y saber usarlas con labia. Siempre he querido ser una de esas personas elocuentes y admiradas por los demás. Queda poco para que comiencen de nuevo las clases y yo sigo molesta pensando que todo está cambiando demasiado rápido, que todo da vueltas y que me limito a quedarme sentada y observar mientras me quejo. Y, francamente, quiero dejar de quejarme y empezar a hacer cosas. Supongo que la motivación es lo primero. Sello el día de hoy con una promesa a mí misma: vamos a empezar a mover el mundo. (Por lo menos, a intentarlo...)

lunes, 10 de agosto de 2015

Días de verano.

Hoy vamos a ser sombras de un pasado que está por desaparecer. 
Hoy voy a escribir canciones que lleven el nombre de alguien a quien no puedo tener.
Hoy voy a leer libros que nunca me atreví a leer.
Hoy me apetece cantar, gritar, soñar.
Hoy bebo café y mañana agua de mar.
Hoy soy persona, mañana se me olvidará.



En realidad, hoy, simplemente, voy al cine con mis amigos a ver "Ciudades de papel". Ya me leí el libro hace unos meses, como siempre, sin decepcionarme por las historias de John Green.
Últimamente me estoy dando cuenta de que tengo cosas muy agradables increíblemente cerca de mí y no siempre sé valorarlas. Y lo intento, de verdad que lo intento.
Luego, sin embargo, tengo a mi madre cabreada con el mundo, (parte de su cabreo con el mundo acaba siendo cabreo contra mi persona), y, además de que me haga sentirme triste, me está haciendo empezar a plantearme cosas que me hacen dudar de lo que es y deja de ser mi familia. Felices no, desde luego.

Tengo unas ganas inmensas de que termine agosto de una vez por todas y volver al instituto de nuevo. Suena a locura, por favor... ¿Qué clase de adolescente quiere empezar las clases?
Bueno, pues yo misma, yo quiero empezar las clases otra vez. No estoy muy segura de que no vaya a acabar pegándome un tiro si sigo encerrada en mi habitación pensando cosas que no debería, y echando de menos más de lo habitual.

viernes, 7 de agosto de 2015

Mess.

Hace tiempo que no escribo para mí, lo cual es irónico, porque este blog es mío. Lo cierto es que nunca volveré a escribir para mí mientras siga importándome, mientras sigas importándome, porque, me importas. Y, quizás, (probablemente), yo ni siquiera ocupe un mínimo porcentaje de tus pensamientos, y, ¿duele? No, lo más gracioso es que ni siquiera duele. Simplemente me hace gracia.

Soy un desastre.
Soy un desastre desde que mi vida se convirtió en un completo desastre.
Y no puedo culpar a nadie, excepto a mí.

Me he engañado, durante mucho, mucho, mucho tiempo, creyendo que tenía todo en mis manos, que podía tocar las estrellas y conducir sobre carreteras de sueños. Suena hasta increíblemente estúpido, y ahora me doy cuenta. Me doy cuenta de que ser un soñador sale tan jodidamente caro, que es normal que el mundo esté tan triste.
Y siempre sería muchísimo más fácil tirar la toalla y dejarlo todo, pero, ¿quién sería yo entonces? Sería la traidora de mis propios principios, la enemiga de la niña pequeña que quería cambiar el mundo.
De vez en cuando, todavía quiero cambiar el mundo.
Empezando por el mío.