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jueves, 15 de enero de 2015

Cáncer.

"Ni si quiera sé cómo empezar a escribir todo esto. He tenido que pedir a mis padres que no dejen pasar a nadie. Quiero estar sola. Supongo que es normal, ¿no? Aunque, en realidad, llevo sola toda la vida. 
Nacemos para morir, bien lo sabían en la Edad Media.
Pero no estamos en la Edad Media, es la única diferencia.
¿Cómo he podido dejarlo pasar todo? Esta maldita habitación ya no está tan vacía si la comparamos conmigo. Ya no sé si estoy enfadada, triste o cansada. Quiero llorar, de eso sí estoy segura, pero ni si quiera para ello tengo fuerzas. En parte, ese es el motivo por el que no deseo que nadie venga a verme: porque no quiero que me vean llorar. No quiero que me vean con este aspecto: pálida, delgada y con ojeras debido al sueño, pues me da miedo dormir y que no pueda volver a despertar. 
No quiero escuchar cómo me dicen que voy a salir de eta mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Igual que no quiero que intenten animarme diciéndome lo fuerte que soy, porque no es verdad. Si lo fuese, no tendría que encerrarme a llorar en el cuarto de baño, y no le habría gritado antes a mi madre. No se lo merece. No el hecho de que yo le grite (que tampoco), sino el perder a una hija. Y supongo que tal vez yo tampoco lo merezca. 
Quería... Quería salir de aquí, viajar, ver mundo. Quería escribir una novela, cantar sobre algún escenario importante, actuar para un público, pintar mis sueños con colores que nadie conoce, conocer a alguno de los artistas que me inspiran, poder cumplir las promesas que hice alguna vez...
Pero ya veis: me estoy muriendo. Tengo quince años y me estoy muriendo. Y no, no quiero que me sigan diciendo que no voy a morir cada vez que yo lo digo en voz alta. ¿Por qué cuando te estás muriendo la gente insiste tanto en decir que todo irá bien? Les he fallado, les he fallado porque dije que morir no entraba en mis planes, y, sin embargo, llevo puesto este estúpido pijama del hospital y necesito un tubo que me ayude a respirar. Porque voy a morirme.
El otro día discutí con mis padres. Les dije que no quería que viniese nadie a mi funeral. No quiero que vengan a llorar por mí personas que ni conozco, ni me conocen. No quiero que con el tiempo me olviden. No quiero que me entierren en un cementerio, ni que vengan a traerme flores cada vez que pase un año de mi defunción. Porque yo no voy a ver, coger u oler esas puñeteras flores. Solo caerán sobre la piedra fría de mi lápida, con un epitafio diciendo lo fuerte que fui en mis últimos días de vida y cómo aguanté con una sonrisa hasta el final (es mentira, no lo voy a hacer). Y el encargado del cementerio cogerá esas flores en cuanto pase una semana, y las tirará. Es lo mejor, nadie queire ver flores marchitas sobre la tumba de una pobre niña que murió a los quince años. Es una metáfora. Porque yo soy esas flores, que se fueron apagando con el tiempo, que perdieron su color, que se marchitaron, y que, al final, alguien tiró y quedaron olvidadas. Soy la cuerda de un violín que alguien tensó demasiado y terminó por romperse. Soy una pluma que se quedó sin tinta, un pájaro sin alas, un café frío, viento en dirección a la muerte y silencio gritándote a los oídos. Y eso, todo eso, se lo dije a mis padres, antes de que rompiesen a llorar. Acabé pidiendo que usasen la canción de 'Fix you' (de Coldplay), para el funeral, porque aunque no entiendan inglés, es una gran canción. Y porque tal vez así se acuerden de mí cuando vuelvan a escucharla, o cuando recojan los CD's de m habitación y vean el título. Ojalá guarden mis peluches, y mis pósters. Ojalá vendan mi flauta travesera a un niño con ilusión por empezar a estudiar música, como yo la tuve en su día. No sé quién dormirá con mi hermano cuando tenga miedo por las noches, quién tocará el piano en los descansos de los ensayos del coro, quién intentará animar a mis amigas cuando estén mal, quién usará mis libros del instituto, quién leerá mis relatos, quién seguirá intentando contactar conmigo en alguna red social quién ordenará mis partituras, quién tarareará canciones en clase, quién leerá las canciones que intenté componer, quién contará esos chiste tan malos, quién verá mi cuerpo inerte por última vez, quién llorará por mí. Tal vez ni si quiera me apetezca saberlo. 
La vida es injusta, pero sigue. Y si no estoy yo, ya estará alguien en mi lugar. Yo no soy nadie. Solo un cristal roto, y años de mala suerte. 
No podéis pedirme que luche, no puedo hacerlo. Quiero irme ya, porque duele, y mi cuerpo no funciona bien. No espero cambiar nada. Quizás sigan echando la misma basura en televisión, el mundo siga sumido en la corrupción, sigan sacando libros juveniles que son un aco, la gente siga sin valorar lo que tiene y la humanidad continue siendo egocéntrica. Pero,yo ya no estaré para quejarme, así que a nadie le importará.
Gracias, a todos, por haberme hecho ser mejor persona, de la que jamás me arrepentiría ser. A los que confiaron en mi, como nadie nunca lo habia hecho. Ojalá os conozca en otra vida. Una vida en la que quizás el destino me trate con mejor humor. Quién sabe. 
Y, por último, antes de que se gaste la tinta del bolígrafo, gracias a todo el mundo que de alguna manera me ha ayud..."

viernes, 9 de enero de 2015

Ese monstruo exquisito.

Yo ya estaba aburrida a temprana edad, pero, al contrario que los demás y totalmente al revés de lo que muchos podrán pensar, yo no estaba aburrida de vivir: estaba aburrida de los que decían que no tenían nada que hacer con su propia y única vida. Sorprendentemente, esas personas siempre eran las más cobardes. 
De manera inexorable, cada noche mi pecho se llenaba de angustia y mi alma se veía encarcelada por la monotonía de la rutina y los límites que establecían las dudas infinitas. No saber qué me deparaba el destino, o quizás no saber aceptarlo, o simplemente no ser capaz de escribir el mío. Tal vez fuese una mezcla de las tres cosas. Y, así, en el hastío de no poder entender mis propios llantos, tomé la mejor decisión de mi existencia: comenzar a vivir.
Lo raro sería que así todo se hubiese vuelto de color de rosa repentinamente, lo cual, en efecto, no ocurrió. Estaba, desgraciadamente, el gran cansancio que me producía tener que madrugar para vivir un día prácticamente igual al anterior en ese temible, soporífero e insufrible infierno que todos aquellos de mi edad odiaban y que, aunque entonces no lo admitiesen, echarían de menos en el futuro. Era esto conocido mundialmente y más comúnmente como instituto. En cierto momento de mi vida, tuve alguna clase de revelación y me di cuenta de que no era tan malo. Abrí mi mente y me percaté de que lo que necesitaba diariamente era una alta dosis (incluso me atrevería a decir sobredosis), de fuertes emociones. Y, así, curiosamente, nació mi interés por todo lo que me rodeaba, por los pequeños detalles, mi peculiar forma de crear ilusión a partir de cosas insignificantes, y, sobre todo, mi pasión por el arte, que llenaba mis huecos vacíos y tiempos muertos de mi día a día.
Pero, sin embargo, no todo fue tan fácil. En ocasiones, no era tan sencillo conseguir emociones fuertes de las que alimentarse, puesto que con mi edad no estaba tan acostumbrada a la libertad, y mucho menos a buscar aventuras. Entonces, cuando pensaba que mi cabeza iba a explotar si no le proporcionaba algo nuevo, descubrí eso que llaman creatividad, la actual dominante de mi personalidad, que me salvó de lo que para mí era peor que cualquier enfermedad: el aburrimiento, ese monstruo exquisito que se empeñaba en establecer unas reglas monótonas en mi vida, y que me amenazaba constantemente con el peor de mis miedos:
dejar de crear.