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sábado, 21 de septiembre de 2013

A veces, el tiempo pasa.

El frío se cuela por las ventanas, a pesar de que están cerradas. Ha pasado mucho tiempo, ha pasado mucho tiempo desde que empecé a soñar, desde que todo se complicó, desde que ya no somos niños, ¿desde que dejamos de creer?
No seré yo la que ha dejado de creer.
Quiero seguir pensando que la magia existe. Que en el fondo del mar viven las sirenas y que se peinan sus largos y coloridos cabellos con peines de marfil. Que en la segunda estrella a la derecha hay un país donde nunca se crece. Que dentro de un violín se esconde un secreto. Que mis peluches me escuchan, que me comprenden. Que todavía puedo trenzarme el pelo y ponerme lazos con facilidad, sonreír ante el espejo y ver que soy muy feliz. Muy feliz con muy poco. Ver esa pequeña niña inocente, bailando en el patio del colegio con sus amigas, saltando sin parar sin preocuparse por mancharse o por despeinarse. Sin preocuparse, ahí está la clave. Sin tener que pensar en un futuro que cada vez está más cerca. Sin tener que depender de la felicidad de los demás, sin tener que llorar cuando todo va mal, sin tener por qué entender lo que los demás tampoco entienden. Echo de menos llegar del colegio y merendar mientras echaban mi serie de dibujos animados preferida.
Cuántas veces más habremos de contestarnos a nosotros mismos esta pregunta: "¿Qué me está pasando?"
Solo sé que quiero seguir siendo ese Peter Pan. Poder volar sin mirar atrás. Polvo de hadas.
Pero a veces, el tiempo pasa. Y las alas se quiebran.

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