Hace tiempo que no escribo para mí, lo cual es irónico, porque este blog es mío. Lo cierto es que nunca volveré a escribir para mí mientras siga importándome, mientras
sigas importándome, porque, me importas. Y, quizás,
(probablemente), yo ni siquiera ocupe un mínimo porcentaje de tus pensamientos, y, ¿duele? No, lo más gracioso es que ni siquiera duele. Simplemente me hace gracia.
Soy un desastre.
Soy un desastre desde que mi vida se convirtió en un completo desastre.
Y no puedo culpar a nadie, excepto a mí.
Me he engañado, durante mucho, mucho, mucho tiempo, creyendo que tenía todo en mis manos, que podía tocar las estrellas y conducir sobre carreteras de sueños. Suena hasta increíblemente estúpido, y ahora me doy cuenta. Me doy cuenta de que ser un soñador sale tan jodidamente caro, que es normal que el mundo esté tan triste.
Y siempre sería muchísimo más fácil tirar la toalla y dejarlo todo, pero, ¿quién sería yo entonces? Sería la traidora de mis propios principios, la enemiga de la niña pequeña que quería cambiar el mundo.
De vez en cuando, todavía quiero cambiar el mundo.
Empezando por el mío.